madariaga.gob.ar
Continúa la entrega de material artístico y cultural producido en "Tiempos de Pandemia"

Continúa la entrega de material artístico y cultural producido en "Tiempos de Pandemia"

En este caso el vecino, Ricardo Nader acercó un cuento de su autoría denominado "El Club".

el club

Foto ilustrativa


La Dirección de Cultura recibió, una vez más, material artístico producido en tiempos de pandemia por el vecino Ricardo Nader que, en esta ocasión acercó un cuento escrito por él y denominado: “El club”.

 

“El club"

 

Las temblorosas manos de Don Félix, se posaron en su frente, vislumbrando gran preocupación. Esas mismas manos, milésimas de segundos antes, habían soltado suavemente una nueva (y vencida) factura de energía eléctrica… La misma había quedado abandonada, junto a las de gas, TV por cable, Telefonía y Servicios Generales. Todas juntas descansaban sobre el viejo y elegante escritorio, del presidente (y socio fundador) del Club Social y Deportivo “Once Corazones”; Don Félix, para los socios, amigos y vecinos del barrio. Atrás habían quedado las épocas doradas de la prestigiosa institución.

 

Atrás habían quedado los años de progreso, desarrollo y orgullo, de un club de barrio qué había sabido codearse con los grandes de Capital, y qué hasta había cruzado el charco, para giras al extranjero, destacándose por su vitalidad y características de progresismo y prosperidad. En un océano de penumbras y recuerdos castigados por la humedad y la desapacible actualidad, intentaban salir a flote los pergaminos de los pretéritos lauros…

 

Esos lauros enmarcados en la gira del 74’ del equipo de Voleibol por Uruguay, Paraguay y Brasil; los tres títulos provinciales, los dos títulos interprovinciales, el segundo puesto en el hexagonal entre Ferro Carril Oeste, Peñarol (Uruguay), Cerro Porteño (Paraguay), Gremio (Brasil) y Olimpo de Bahía Blanca, el cuarto, tercer y quinto puesto, respectivamente, en los Nacionales del 79’; 83’; y 89’, las 19 ligas locales en fútbol, y los dos sub-campeonatos regionales de Hand-ball, a principios de los 90’.

 

Cómo entender qué las postales qué vestían las descascaradas paredes del Hall, hacían referencia a propias vivencias.

 

Las dudas presionaban, de igual manera, cuándo simplemente giraba la cabeza y observaba con nostalgia las imágenes qué ilustraban los infinitos y multitudinarios bailes de carnaval, de fin de año y del aniversario del club.

 

¿Adónde habían quedado los 9.600 socios del pasado?

 

En el iris café de sus ojos, se podía observar que lo abrazaba el cansancio, el dolor y la desesperanza. Cada vez imaginaba menos salidas y menos soluciones, a un gran caudal de problemas, deudas y decepciones.

Ya no bastaba con una nueva campaña de adhesión de socios, un festival de fin de semana, o de concesionar el buffet, el salón de fiestas, la cancha de Tenis y las dos de fútbol de salón.

 

El pobre anciano se sentía sin energías. En sus épocas de boxeador amateur, había sumado victorias y derrotas, pero nunca le habían tirado la toalla, desde el rincón. Hoy se encontraba en una encrucijada, y más qué tirar la toalla, no tenía ganas de levantarse del rústico banquito, cuándo lo llamara la campana. Paradojas. Golpes del destino. El mismo destino esquivo. Más interrogantes.

 

De repente, mientras el silencio se creía dueño del ámbito de la secretaría, la puerta se abrió bruscamente, con énfasis, dejando exaltar su chirrido agudo, mezclado de óxido y corrosión. Y de inmediato, se apoderó de la situación el sonido más puro y poderoso del planeta… La dulce carcajada de una niña de unos 7 años, al compás de una ligera caminata, qué con el ímpetu y la intensidad de una locomotora se hizo presente en el desgastado piso de parqué de madera. Al unísono llegó por detrás, una joven y avergonzada madre.

 

La dama, se enrojeció y pidió disculpas, al mismo tiempo que regañó a su pequeña.

 

– Discúlpenos señor… Hasta el hartazgo he repetido qué no se debe correr en los espacios cerrados y qué mucho menos se debe entrar a un cuarto, sin anunciarse, o recibir un permiso antes, al menos. De mis tres hijos, la menor de todos siempre ha sido un poco inquieta.

 

Don Félix, aún sorprendido, apenas pudo expresarse.

 

- No se preocupe señora. Son niños.

 

- Constanza, discúlpate con el señor, todavía no llegamos, y ya mostraste tus credenciales

 

-se quejó la mamá
- No es necesario - expresó Don Félix, ahora ya más incorporado en su desgastado sillón negro, de cuero italiano, mientras observaba por encima del hombro de la atenta señora, a dos niños más que asomaban sobre el umbral de la arcaica puerta marrón, de entrada de su oficina.

 

La delicada mujer, ya más tranquila, mientras cerraba sus disculpas, se presentó y solicitó permiso para que ingresaran sus dos hijos restantes. Una bella niña de unos 10 años y un jovencito varón de unos 12 o 13 años, con una pelota número 5 de cascos rojos y negros, bajo su brazo derecho.

 

- Soy Estela, la mamá de Juan, Catalina y Constanza. Llegamos al barrio hace unos diez días. Alquilamos una casa a unas 8 cuadras de acá. Mi esposo es empleado bancario y le llegó un muy esperado ascenso, aunque sin posibilidad de continuar viviendo en nuestra anterior localidad. Estamos acá, porqué vimos en la cartelera de la vereda, todas las actividades recreativas que hay en este club. Y teniendo en cuenta qué el verano recién comienza, con mi esposo creemos qué este será el lugar indicado para conocer nuevas amistades, tanto nosotros, cómo nuestros hijos… Y volviéndose sobre los niños expresó:

 

- Seguramente habrá escuchado la frase: “Una hora más en el club, una hora menos en la calle”…; - ¿Hay cupos aún para la temporada de pileta?;

 

- ¿Necesitamos carta de presentación para asociarnos los 5…?

 

- Porqué da la casualidad qué un compañero de mi esposo supo ser vocal suplente de la Comisión Directiva, y el nos recomendó la institución - concluyó finalmente, la agradable y locuaz madre.

 

Las manos de Don Félix, se olvidaron de la artritis y del dolor, para dirigirse raudamente a la manija dorada de bronce de su escritorio, una para palpar la superficie ciegamente hasta llegar al amarillento fichero, la otra para investigar fugazmente hasta encontrar su bolígrafo de la suerte, aquel qué había pertenecido a su padre.

 

Sus ojos ya no se vieron invadidos por la nostalgia y la ansiedad.

 

Su frente se humedeció, pero ya no por problemáticas sin resoluciones, sino por emociones positivas.

 

Los apremiantes impuestos, ya no ganaron la escena principal, de hecho no auditaron siquiera para un papel secundario de una obra olvidada y con telón caído.

 

Las raídas fotografías se expandieron, y explotaron de luces y colores, arrasando con los anticuados y distinguidos encuadres.

 

El vigor y la fortaleza se apoderaron del corazón del anciano.

 

Y finalmente, con los ojos vidriosos de júbilo, con la garganta inundada de contento, con la voz quebrada entre el regocijo y la dicha, con destreza, maestría y orgullo, soltó:

 

- “Bienvenidos al Once Corazones, bienvenidos al glorioso Once Corazones”. Y los demás sonrieron. Y Constanza aplaudió y saltó de alegría. Y todo volvió a tener sentido. Absolutamente… todo.